Colectivo Kaleidos: Mayra Flores.
La pandemia y las alertas de escasez llegaron simultáneamente. Iniciada la cuarentena, muchas personas, que habían emigrado de zonas rurales hacia las ciudades en toda Latinoamérica, regresaron al campo. Al hacerlo, intentaban mitigar al menos una de las múltiples precariedades que atestan las urbes ante la emergencia sanitaria: el abastecimiento de alimentos. Al mismo tiempo, durante abril y mayo del 2020, circuló incansablemente una cifra que pone en el centro del debate la discusión sobre soberanía alimentaria: la agricultura familiar y campesina produce el 70% de la alimentación ecuatoriana.
En búsqueda de examinar el intersticio entre la soberanía alimentaria y la circulación de los productos agrícolas durante la crisis sanitaria, ofrezco una reflexión entorno a la escasez más allá de la ausencia de recursos para satisfacer las necesidades básicas. Entendiéndo la escasez como una noción ideológicamente diseñada para controlar los recursos (Lewis, 2008), por un lado; y por el otro, como producto de la violencia estructural de políticas estatales (Wutich y Brewis, 2014).
Aunque ciertamente hay familias campesinas que logran alimentarse autónomamente durante la crisis por medio de su propia producción, también hay muchas otras que viven en condiciones de pobreza o pobreza extrema (1). Es así que, algunos elementos connotan realidades diferentes en el campo, sin embargo, me centraré en uno de ellos: las diferencias entre monocultivos y cultivos diversificados. Este elemento que parece simple representa una gran diferencia a la hora de enfrentar la crisis.
En Ecuador, la mayor parte de pequeños productores son quienes proveen nuestras mesas. Mucha de esa producción ocurre pese a la presión del gobierno pasado y presente por convertir campos agrodiversos en monocultivos a través de incentivos tecnológicos agrícolas que generan dependencia, deterioro del suelo y de la salud. Esta presencia invasiva del estado contrasta, al mismo tiempo, con la ausencia de servicios sanitarios y básicos que incrementan la vulnerabilidad a situaciones críticas.
Sin embargo, las fincas agrodiversas tienen mejores oportunidades de autoabastecerse y de crear relaciones comunitarias resilientes; incluso crear redes de poder popular, como menciona Nancy Bedón, dirigente de la Unión de Organizaciones Campesinas de Esmeraldas. A lo largo del país se han visto muchas manifestaciones de solidaridad y asociatividad desde el campo, propio de comunidades igualitarias (Lewis 2008), donde el “compartir” los recursos es una forma de preservar la abundancia, y no de combatir la escasez.
La noción de escasez, argumenta Lewis (2008: 17), es una construcción ideológica que justifica la acumulación, privatización y el “consumo voraz”. En cambio, el trueque y otras formas de producción agrícola colaborativa que realizan las organizaciones campesinas, se sustenta en un campo agrodiverso capaz de sostener la vida si los recursos se comparten adecuadamente. En efecto, es lo que demuestran al establecer redes de intercambio de productos locales por no locales, al realizar donaciones a comunidades empobrecidas a través de las brigadas alimentarias, y la apertura de centros de acopio para llevar alimentos a las ciudades, evitando con ello la especulación de precios; al crear boticas campesinas, e incluso al aislar comunidades enteras que ha sido otra forma de colectivización del cuidado.
En cambio, los pequeños productores de monocultivos viven al borde de la pérdida de sus sembríos porque tienen que paralizar sus actividades debido al toque de queda; tienen limitadas oportunidades de movilización de sus productos, lo cual los convierte en presa fácil de intermediarios; y corren riesgo de escasez de alimentos, en el sentido que Wutich y Brewis (2014) otorgan al concepto. Es decir, en tanto la escasez es el resultado de políticas que profundizan las disparidades en el acceso a los recursos y que generan dependencia alimentaria, en este caso, al fomentar la transformación de suelo agrodiverso por monocultivos durante la última década (2).
Mientras las organizaciones campesinas siguen resistiendo a los embates de los gobiernos neoliberales, que continúan favoreciendo los intereses y oportunidades de acumulación de capital de agroindustrias y grandes cadenas alimentarias, en Ecuador, ninguna política ha sido emitida desde el gobierno central en favor de los pequeños productores. Por el contrario, se emprendió campañas contra las semillas locales y se firmó el EFTA (Asociación Europea de Libre Cambio) que da preferencias arancelarias al banano, camarón, cacao, entre otros. Es decir, favoreciendo nuevamente las agroindustrias e impulsando el monocultivo. .
La Agricultura Familiar Campesina e Indígena ha tenido respaldo únicamente de algunos gobiernos locales. Sin embargo, es la única que nos garantiza soberanía ante la crisis alimentaria que advierten organismos internacionales. En otros países altamente dependientes de las importaciones, la pandemia ha descubierto la incapacidad del sistema alimentario de mantenerse ante la crisis. Es importante resaltar que Ecuador ha logrado sostener el abastecimiento debido a la producción local y diversa, antes que a las extensiones de monocultivos que acaparan nuestras mejores tierras.
Adicionalmente, la agricultura familiar, campesina e indígena constituye una alternativa al modelo de desarrollo extractivista y agroindustrial. En alianza con la agroecológia, apuestan por una transformación de los sistemas alimentarios hacia uno que fortalezca la organización popular, la producción local, los circuitos cortos de comercialización, la siembra ecológicamente inteligente, pero también la construcción de una sociedad más igualitaria, en contacto con la abundancia de nuestros campos agrodiversos, que nos permita nociones amplias de compartir y formas concretas de fortalecernos ante crisis futuras.
Referencias
Lewis, Jerome. Managing abundance, not chasing scarcity: the real challenge for the 21st century. En: Radical Anthropology. Issue 2: 2008, sept. Pp.11- 19.
Amber Wutich and Alexandra Brewis. Food, Water, and Scarcity: Toward a Broader Anthropology of Resource Insecurity. En: Current Anthropology, Vol. 55, No. 4 (August 2014), pp. 444-468.
Notas
(1) En el área rural, la incidencia de pobreza por ingresos es de 41,8% mientras que en el área urbana es 17,2% y el promedio nacional es 25,0%. La pobreza extrema en el área rural es 18,7%, mientras que en el área urbana es 4,3% y a nivel nacional es 8,9% (ENEMDU, diciembre 2019) Fuente: INEC.
(2) En el Ecuador, desde el 2008 hasta el 2016 la tendencia de los usos del suelo ha sido transformar el mosaico agropecuario por monocultivos (Fuente: SUIA).